Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)

Cuando percibimos sensaciones de un lugar, en función de la presencia o no de estímulos sensoriales, esa percepción va cambiando. A la hora de viajar por el territorio ghanés, aunque vaya con la idea de centrar mi atención en determinadas sensaciones, constantemente estoy procesando más información de la que soy consciente, pues la comparativa en paisajes y en percepciones en este país es inmensa.

Es curioso que la estética de viajar y sonreír a su vez está asemejada a cuando vemos lugares bonitos y/o lujosos, lo que esperamos ver de ese sitio, o lo que nos puede sorprender. En Ghana, esta estética se percibe diferente. Soy de las que siempre se pide el asiento de la ventana, la que saca la mano por la ventanilla y la que no parpadea cuando ve algo que le impresiona. Esta sensación, por primera vez, la he vivido distinta.

Cuando viajas por este país, conoces la amabilidad de la mayoría de gente por hacerte sentir en casa, pero cabe destacar que no siempre es así. Hay lugares donde se aprovechan de que eres un turista y te cobran de más por una comida mientras al de al lado le ha cobrado un precio inferior por la misma cantidad, intentan timarte al comprar souvenir por precios que triplican el real. Me han llegado a ofrecer una pulsera en un mercado de la capital por ciento ochenta cedis -unos veintidós euros- cuando una de mis compañeras compró una similar en el puesto de arte de Larabanga por quince cedis -equivalente a menos de dos euros-. Y lo curioso está en que, cuando entablas una conversación con el comprador del mercado de Accra, explicándole que llevas meses viviendo en su país, la percepción del negociador cambia por completo. Se asombra de que conozcas los precios de diferentes lugares y que sepas actuar. Después de la experiencia de comprar y negociar en diferentes lugares, se produce un cambio en la percepción de los compradores y de nosotros por ser clientes. Entras con una idea y tanto tú como el vendedor salís con otra. Es una de las pequeñas diferencias que sientes cuando estás en ciudades grandes y turísticas, a cuando estás en pequeños pueblos donde el valor de tu acompañamiento y de tu tiempo vale más que el propio dinero.

Viajar por Ghana da mucho que reflexionar. Hay numerosos cambios en el entorno y en el comportamiento de la gente en un solo viaje, demostrando así que el sentimiento de familia del pueblo donde llevamos viviendo casi tres meses, no lo hay en cualquier sitio.

En este país, los transportes para los viajes largos, además de los autobuses, los más conocidos son los trotros, una especie de furgoneta donde la capacidad de pasajeros casi siempre se supera y, hasta que éste no se llena, no se realiza el viaje. Algunos son cómodos y ligeros, mientras otros podemos asemejarlo a unas sardinas en lata, con aperturas en el suelo por donde ves la carretera -un buen trotro en toda regla-.

Hoy, mientras les escribo en uno de los diferentes trotros que hemos cogido a lo largo de esta semana para conocer otros lugares del país -vamos diecinueve personas en este viaje-, me encantaría transmitirles cada detalle de las percepciones de las que les hablaba al principio.

Carreteras infinitas entre pueblo y pueblo. Paisajes verdes entre bosques y sabana. Caminos asfaltados y resaltos de piedras entre tierra. Pueblos como ciudades y aldeas familiares. Hoteles de lujo y chabolas al otro lado de la puerta. Duchas con agua corriente y gente sacando agua de un pozo. Trabajar bajo el sol y descansar a la sombra de un árbol. Rascacielos y casas de madera. Animales libres. Decenas de talleres de costura. Casas a medio construir entre bosques. Mezquitas musulmanas de dos plantas e iglesias con música de celebración. Negocios llenos de productos y carteles publicitarios en cada esquina. Tráfico diario y carreteras vacías. Habitantes en traje y vecinos en telas. Palmeras y mangos. Bares vacíos y puestos en las calles vendiendo sin parar. Cervezas en terrazas y ayuno por el Ramadán. Tacones y pies descalzos. Uñas postizas y manos con callos. Centros comerciales y puestos de madera. Ropas tradicionales y mucho color. Funerales con diversión. Miles de plásticos en mitad de la vegetación. Pueblos con un pozo y construcciones de tuberías. Turbantes en la cabeza y trenzas por la cintura. Calles tranquilas y caminos de muchedumbre. Un largo etcétera. Es una realidad.

Ghana provoca percepciones tan diferentes vistas desde fuera, que desde dentro es aún más difícil de explicar. Cuando te asomas por la ventanas y notas que estos cambios tan bruscos que existen aquí ya no te asombran como antes, es el momento en el que te das cuenta de que no es la costumbre la que ha hecho cambiar esta perspectiva, sino que, verdaderamente, has entendido la vida de este lugar.

A través de esa ventana, te preguntas cómo puedes contemplar tantas diferencias de un país en un solo viaje. Y lo mejor está en que la esencia de Ghana se vive en cada aldea por la que pasas. Larabanga poco tiene que ver con Cape Coast, al igual que un pueblo castellanoleonés con Madrid. Pero, en cada lugar aquí, se siente compañerismo y se siente la comunidad. Con más coches y casas grandes o con más puestos de madera, los habitantes de este país se unen por los mismos valores en comunidad.

Sol Parra Fernández es estudiante de 3º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).