Laura Cenalmor Sánchez | Atsiame (Ghana)

“Nadie debería poder vivir en este lugar”. Así resumía Richmond Kenedy, el director de Plastic Punch, la situación en la que se encuentran cientos de personas que aún trabajan en Agbogbloshie, uno de los mayores vertederos electrónicos del mundo.

Este territorio, ubicado en el barrio acrannés de Old Fadame, tiene su origen a finales de los años 90, cuando comenzaron a traer ropa barata de otros lugares en contenedores hacia Ghana. Progresivamente, grandes compañías electrónicas europeas empezaron a depositar en este lugar los objetos que desechaban. Finalmente, los ghaneses encontraron en esto una oportunidad de obtener su fuente de ingresos, aunque a costa de su salud.

El trabajo en Agbogbloshie

En la actualidad, al caminar por este vertedero repleto de residuos plásticos y textiles, destaca la cantidad de utensilios electrónicos con marcas de diferentes territorios como España, Alemania, Reino Unido o Italia.

A raíz de estos materiales, se han generado varios negocios como el del cobre, el litio o el hierro. Dentro de cada sector, normalmente se organiza una cadena de producción en la que las primeras personas se encargan de quemar los aparatos electrónicos en busca del componente deseado. Tras ello, se vende a los trabajadores que se dedican a seleccionarlo. Finalmente, esta sustancia llega a las personas encargadas de fundirla y venderla a grandes compañías. Muchos de los elementos llegan a ciudades de Ghana. En cambio, otros acaban de nuevo en países extranjeros.

El sueldo de estas personas varía según su actividad, pero alguien que seleccione el material puede ganar entre 300-500 cedis al día, o entre 200-300 cedis en el caso de quienes se dediquen a la fundición de cobre para venderlo a terceros. Entre estos terceros encontramos múltiples compañías interesadas por los materiales, como podría ser la empresa india afincada en Ghana llamada Rubberta, que se dedica a la goma. La manera en que funciona esta empresa se basa en la compra por peso, por lo que los beneficios de los trabajadores del vertedero dependen de la cantidad de goma que puedan ofrecerles.

Es ocasional que estas compañías exporten este material a sus países para venderlos a precios más altos y en otras monedas como el dólar, que les ofrece un beneficio considerable frente el valor monetario del cedí ghanés. Los trabajadores del vertedero con los que ADEPU estableció conexión afirmaban que se debería fijar un precio para cada materia. En cambio, debido al desconocimiento, la mayoría acepta las condiciones de trabajo sin cuestionar sus prácticas y pagos.

Los costes a pagar

Las prácticas utilizadas para la extracción de los materiales suponen la expulsión de sustancias tóxicas altamente dañinas para la salud tanto de las personas trabajadoras como de los habitantes de Old Fadame, que acaban desarrollando enfermedades crónicas principalmente de tipo respiratorias.

Otra de las problemáticas encontradas en esta zona de Accra es la convivenciacon animales como ovejas, vacas o cabras. Resulta común observar a estos animales alimentarse de los residuos y deshechos del vertedero, lo que afecta tanto a la salud de los mismos como a la de las personas que se vayan a alimentar de su carne, que en gran parte se consume o se comercializa a grandes compañías.

Pasando a la vida acuática, en estas aguas habitan multitud de peces como los peces gato, que las personas de la zona pescan en las épocas de lluvia. Muchos de estos pescados se utilizan para consumo propio, pero otros son llevados a mercados de la zona por mujeres comerciantes, que regresan a Agbloboshie una vez es de noche.

Por el gran riesgo que esto supone en cuanto a sanidad y salubridad, este vertedero fue desalojado por el Gobierno en 2021, aunque actualmente sigue activo. “El Gobierno ha intentado echarnos en numerosas ocasiones, pero nosotros decidimos retar a las autoridades porque no tenemos otra forma de conseguir trabajo”, comenta Albert Andersen, trabajador en Agbogbloshie. Este habitante afirma que, aunque las autoridades están intentando conseguir nuevos empleos para estas personas, no es suficiente. “No hay puestos de trabajo para todos, y los oficios como la ganadería o la pesca no otorgan demasiados beneficios”, sentencia. En cambio, asegura que, en el momento en el que se le ofrezca un empleo de calidad, lo aceptará.

Las caras de Agbogbloshie

ADEPU ha podido conocer a varias de las personas que utilizan, desde hace años, este lugar como su principal recurso vital. Aunque son conscientes de la situación en la que se encuentran, la mayoría de ellos asegura que su objetivo es poder dejar esta forma de vida para conseguir sus metas.

Shahadu Ahmed es un joven que se dedica, junto a otros dos compañeros, al negocio del cobre en Agbogbloshie. Su tarea es comprar los fragmentos de cobre a otras personas que lo recogen del vertedero. Una vez obtenido el cobre, separan los fragmentos, ya que el más grueso se utiliza para la instalación eléctrica de las calles. En cambio, el cobre más fino se incluye en la instalación eléctrica doméstica.

Original es un trabajador de alrededor de 20 años. Compra neumáticos procedentes de toda Ghana que ciertas compañías y vendedores trasladan hasta el vertedero. Una vez obtenidos los neumáticos, sustrae el metal del interior de los mismos para después quemarlo y fundirlo. El kilo de metal se vende a tres cedis ghaneses, algo que Original reconoce que es un precio demasiado bajo.

Mohammed Albdulais lleva diez años trabajando en Agbogbloshie recogiendo aparatos electrónicos para luego venderlos. En su puesto, mientras alguna persona se acerca a observar los aparatos, cuenta que, aunque estudiaba Economía y su sueño es seguir ese camino, tuvo que trasladarse a este vertedero por motivos financieros. Es consciente de que sus condiciones no son las adecuadas: “necesitaría guantes y equipos de protección para evitar enfermedades, pero es a esto a lo que nos tenemos que resignar”, dice mientras juega con su hermano pequeño, que vive con él y va al colegio cerca de la zona. Mohammed es rotundo cuando se le pregunta por la posibilidad de estar trabajando allí de manera permanente, y su respuesta es profundamente negativa.

Laura Cenalmor Sánchez es estudiante de 4º curso del grado de Periodismo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid (España).