Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)
Cuando en España contratamos a empresas para que cubran algunas de nuestras necesidades, como tener agua corriente, electricidad o gas, verdaderamente no sabemos en qué condiciones trabajan los que se dedican a ello cuando los contratamos, ni tampoco sabemos si esas empresas respetan las leyes laborales o medioambientales. Por ejemplo, en el caso de la industria textil, un consumidor no conoce directamente las condiciones de los trabajadores respecto al proceso del producto que está comprando. No sabe quién produce la tela, ni cómo, ni tampoco qué proporción del dinero está destinada para cada parte del proceso; En Larabanga, todos los habitantes están concienciados del proceso de producción de los productos, así como las personas que están detrás de cada parte. Conocen sus condiciones laborales e incluso pueden valorar si esas condiciones son justas o no.
En Ghana, el autoconsumo es importante para vivir en comunidad. En nuestra comunidad de Larabanga, poseen alimentos que producen ellos mismos en los campos de cultivo, como el ñame la Cassava – tubérculos típicos de aquí-, el maíz o el arroz. Este último suele ser importado en su mayoría, pero también cultivado por algunos campesinos. Con estos productos, producen sus propias comidas y bebidas, y también lo venden con el objetivo de conseguir dinero para seguir produciéndolo diariamente. El autoconsumo se da en toda la comunidad, pero no pueden vivir sólo de ello, ya que también necesitan de productos de otras ciudades más grandes, como es el caso del cemento y poder así construir las casas, los metales para los tejados, gasolina para los transportes, y productos más pequeños como comestibles, limpieza, etc. Necesitan de ello para poder desarrollar sus labores en el pueblo.
En algunas zonas rurales de España, ocurre de forma similar. Existen pueblos que poseen sus propios huertos y productos, y no necesitan de otras ciudades para esta producción. Pero para otras cosas como alimentos importados, máquinas para construir las casas, tener gas o electricidad, o incluso el uso de los medios de transporte, sí necesitan de las ciudades desarrolladas.
En el caso de los hogares, los habitantes tienen la opción del alquiler de una casa o de la compra de un terreno. Aquellos que alquilan suelen ser familias que no pueden permitirse comprar una casa. Por otro lado, los que tienen una economía que les permite adquirir una, primero compran un terreno específico, que es propiedad del Chief – jefe de Larabanga-, y después contratan a hombres para la construcción de la casa. En Larabanga los terrenos suelen ser propiedad de la comunidad, y su gestión es del Chief o de antiguos líderes. Estos están organizados en doce clanes, y el Chief pertenece a uno de ellos.
Cuando un habitante adquiere un terreno, ofrece una cantidad económica y la negocia con el Chief. Cuando es aceptada, el habitante es dueño del terreno y ese dinero es destinado a la comunidad. Sorprendentemente, el contrato de dicho acuerdo es oral, nada se hace por escrito.
Por otro lado, la gestión de los negocios en Larabanga está basada en la autonomía y en las oportunidades. Cada trabajador no posee un jefe que le de órdenes ni que les pague un salario, sino que son dueños de su propio negocio. Pero cabe destacar que, en la mayoría de los casos, el negocio que tienen es una de las pocas oportunidades que tienen para ganar dinero, pues la mayoría de los habitantes trabajan porque no tienen otra opción. En el caso de las mujeres, su economía está basada en el trabajo de su marido o padre, y en el que ellas mismas realizan. Por ejemplo, en el caso de Saweila – nuestra amiga y cocinera-, se dedica a comprar, producir y vender cacahuetes cada día. Cada dos o tres semanas, dependiendo de las ventas, compra un saco de unos veinticinco kilos o más, y suele pagar por él unos trescientos cedis, lo que serían treinta y siete euros y medio. Lleva al menos cinco años dedicándose a esto. Cada día pela los cacahuetes, los cocina y los vende a pie por el pueblo.
En otro ejemplo, Aisha es una mujer casada que trabaja en una de las tiendas más conocidas y frecuentadas de Larabanga. Está situada en mitad del cruce de caminos de la carretera principal, y vende todo tipo de bebidas sin alcohol, como refrescos, bebidas energéticas, todo tipo de zumos o agua. Su negocio fue fundado por su marido hace cinco años, y ella lleva desde entonces dedicándose a ello.
Ambas, como la mayoría de mujeres, no son dueñas de las ganancias que producen, sino que están limitadas a organizar y gestionar la economía familiar.
Cuando hablamos de autosuficiencia también hablamos de oportunidades. Cada mañana mujeres y niños eligen la hora para acudir al lago a recoger agua y abastecerse, pero lo hacen porque no tienen otra opción. En España cuando abrimos un grifo, no sabemos cuánta agua hay, ni tampoco de dónde proviene, ni a dónde va, ni quién la gestiona. En Larabanga, cada habitante sabe cuánta agua hay en el lago para abastecer a su familia y a todo el pueblo, y son ellos mismos los que la gestionan.
La reflexión de su soberanía es muy subjetiva. Pues todo está basado en las oportunidades a las que pueden acceder cada familia, incluso cada comunidad. En el caso del dueño de un campo de cultivo, él elige sus estrategias y la forma de organizar su trabajo, pero es posible que ese dueño se dedique a ello porque verdaderamente no puede acceder a lo que realmente le gustaría dedicarse. Y aquí es cuando reflexiono sobre este límite de oportunidades y su desarrollo. La vida en esta comunidad progresa poco a poco, pues las oportunidades que existen ahora no son las mismas que hace treinta años, como en otras zonas del mundo. Pero aún así, esta comunidad sigue teniendo la necesidad de elegir entre unas opciones limitadas y limitar su trabajo y su economía a eso. Mientras que la mayoría de nosotros tenemos oportunidad de elegir qué estudiar, qué ser en nuestra vida y cómo serlo. Puede que nos costara mucho si tuviéramos que elegir entre oportunidades limitadas en nuestro día a día. Por eso, admiro la capacidad que tiene cada habitante de autogestionar la limitación de sus oportunidades y, en el caso de los jóvenes, tener creatividad para buscar nuevas opciones para desarrollar su vida.
Sol Parra Fernández es estudiante de 3º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).