Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)

Una de las cosas que más marca la diferencia en la cultura africana del resto de continentes, es la vestimenta. Su colorido, su vistosidad y su originalidad.
Siendo una gran apasionada del tema desde que era pequeña, la moda en este país es uno de los temas que más estaba deseando investigar. La gran variedad de colores de sus vestimentas, el significado de cada prenda y, por supuesto, conocer desde dentro la propia industria, los lugares donde se desarrolla y las personas que forman parte de ella.
Cuando llegué a Ghana, pensé que la industria de la moda se promovía principalmente en las grandes ciudades, como Accra, Tamale o Kumasi. Pero al venir a Larabanga, un pueblo de unos cinco mil habitantes, me quedé asombrada con la cantidad de talleres de costura y personas que se dedican a la customización de la moda en este lugar.
A medida que paseas por Larabanga, sobre todo por la zona céntrica en torno a la carretera principal, cada escasos metros hay talleres frecuentados por los habitantes del pueblo. Cada taller posee sus propios clientes habituales, tienen diferentes tamaños y distinto número de trabajadoras. En su mayoría, son mujeres las que se dedican a este oficio, pero hace unas semanas tuve la suerte de encontrar un pequeño taller en el que sólo trabajan hombres.

Normalmente, las mujeres son las que suelen frecuentar los talleres para encargar hacer sus prendas o arreglos de las mismas. Aunque cabe destacar que no todas las mujeres pueden permitírselo. Las más adineradas suelen llevar diariamente vestimentas llamativas, telas caras y confeccionadas en talleres. Las que no pueden permitirse vestir diariamente con este tipo de ropas, suelen comprarlas en mercados de las grandes ciudades, donde ya vienen creadas previamente. En el caso de algunas, acuden a los talleres para arreglarse algunas prendas compradas o, a veces, encargan prendas para ocasiones especiales, como bodas u eventos de otra índole. Por otro lado, los hombres frecuentan los talleres para encargar camisas o túnicas para eventos especiales, o incluso para vestir a diario para ir a rezar, pero normalmente prefieren comprar sus prendas ya creadas industrialmente.
Algunos ejemplos de vestimentas más utilizadas en este país son: el Kitenge, una tela que envuelven las mujeres alrededor del pecho, la cintura o en la cabeza como turbante, aun que también se utiliza para fabricar vestidos; el Dashiki, un atuendo muy popular entre los hombres, que consiste en una camiseta larga que llega hasta la parte superior del muslo, decorada con una gran variedad de impresiones alrededor del cuello; el Grand boubou, que es un traje típico de la región norte de Ghana, formado por una túnica, unos pantalones y un gorro.
La moda en Ghana juega un papel muy importante en la sociedad y en la economía del país, pues los vestidos tradicionales se enfrentan a la moda occidental importada a través del cine, la televisión y la publicidad, creando una diferencia entre los más jóvenes y los más mayores. Es fácil ver por las calles de Larabanga a los jóvenes vestidos con camisetas y vaqueros, mientras que los más mayores acostumbran a vestir con túnicas y trajes tradicionales, sobre todo los viernes, que es el día en el que los practicantes acuden a las mezquitas para ir a rezar.

Una mañana me acerqué a visitar uno de los sitios que más ha llamado mi atención desde que vivo aquí. Es un pequeño taller cercano a la carretera principal, escondido entre casas. Lo que llamó mi atención fue que, de todos los talleres que había visto antes, este era el único fundado y trabajado por hombres. El costurero me contó que lleva al menos cuatro años cosiendo. Aprendió porque era su padre el que antes llevaba el taller, y a veces acude para ayudarle a él junto con otros hombres cuando hay mucho trabajo.
A la hora de crear una prenda, las medidas las coge dependiendo del encargo. Para las camisas de hombre es más fácil hacerlas a ojo porque siguen la mayoría el mismo patrón, pero con las ropas de las mujeres es diferente. Ellas suelen ser más exquisitas. De hecho, los precios también varían dependiendo de la tela y de los bordados que cada una solicita. A la hora de creación de las prendas, en hacer un vestido tarda aproximadamente dos días, y para una camisa, sólo unas horas. En el caso de los arreglos, suele hacerlo en el momento y lo entrega en el mismo día para que no se le acumule el trabajo. A veces cose a mano y otras trabaja con máquinas de coser, que las compra en las ciudades grandes por cuarenta o cincuenta cedis, lo que equivale a 5 o 6 euros. Es un taller pequeño, pero suele ser frecuentado diariamente por hombres y mujeres de Larabanga. Me contó que, normalmente, en vez de hacer sus propios diseños, suele trabajar con encargos de la gente porque al sólo trabajar él en el taller, no tenía tiempo para comprar telas y crear sus propios diseños. Está abierto todos los días, excepto cuando tiene que viajar o es un día festivo.

Otro día, fui a conocer uno de los talleres más conocido y frecuentado de Larabanga. Su ubicación está en la carretera principal del pueblo, cercano al único cruce de carreteras, lo que significa que casi cualquier habitante pasa por delante cada día. Fue fundado por una señora de unos treinta años, que es la madre de una de las trabajadoras, y se dedica a enseñar a todas las costureras y a revisar su trabajo cada día. Lleva dedicándose a esta labor varios años, ha trabajado en diferentes talleres en distintos lugares, y fundó este conocido taller hace tres años. En él trabajan cada día doce niñas de unos veinte años. Todas han terminado sus estudios obligatorios, y llevan desde entonces dedicándose a la costura. Abren todos los días unas diez o doce horas, excepto los viernes, que cierran para descansar. Cada cierta hora, van turnándose para comer, descansar o dar de comer a sus hijos, aquellas que ya son madres.

Cada día, la fundadora le muestra a las costureras cómo tienen que hacer las medidas y recortar las telas, y una vez finaliza, les entrega las piezas ya recortadas y ellas se encargan de coser, confeccionar y terminar cada prenda. Las herramientas que utilizan para trabajar son las máquinas de coser y las planchas para alisar las telas, que las calientan con carbón y las pasan delicadamente por las telas antes de confeccionarlas, para poder trabajar mejor.

El algodón es la fibra más usada en la elaboración de las vestimentas africanas. Por eso, aún se siguen empleando las antiguas técnicas de teñido con una gran gama de colores, siendo los más utilizados en Ghana el azul, el amarillo, el rojo y el verde. Por otro lado, la tela tradicional de Ghana es la denominada Kente, y es una mezcla entre algodón y seda. Esta tela es confeccionada en cada taller de Larabanga numerosas veces al día, y se suele utilizar en ocasiones especiales. El estampado de cada vestimenta tiene un valor comunicativo y una función social, pues marca momentos importantes de la persona que luce la vestimenta o que determina su pertenencia a un grupo social concreto. Además, para los ghaneses, su vestuario va más allá de las ropas que usan para vestirse, existen códigos de vestimenta a seguir en celebraciones como bodas o funerales, donde el rojo es el color del luto, también en el trabajo o incluso se utilizan para protestar o apoyar al gobierno.
Mientras pasé gran parte de la mañana sentada con las costureras, observando cómo trabajaban y conociéndolas poco a poco, una de las cosas que más me gustó sin duda fue cuando les pregunté qué es lo que más les gustaba de su trabajo. Me respondieron con: “hacer magia”. Me quedé asombrada por cómo se expresaban cuando les hice esa pregunta. Les encanta “hacer magia” con las telas. Se sienten orgullosas y felices cuando ven a las mujeres pasearse con las prendas que ellas mismas han creado con tanto cariño. Desde luego, es admirable esa sensación y me consideré afortunada por poder percibirla desde tanta cercanía.

En cada taller hice diferentes preguntas, pero hay una que realicé en común y me quedé sorprendida al recibir la misma respuesta. Todas las costureras y el costurero me afirmaron que prefieren trabajar en sus pequeños talleres de Larabanga, a trabajar en grandes tiendas o industrias de otras ciudades más desarrolladas. Y fue ahí cuando reflexioné sobre su respuesta. Es curioso que las personas que llevan dedicándose a esta labor muchos años, o incluso los principiantes, teniendo la oportunidad de crecer en lugares más desarrollados, siempre opten por la opción de crecer en este sentido. Y parándome a pensar sobre ello, me di cuenta que, en este lugar, la percepción es diferente. Los problemas económicos que pueden surgir en la industria de una gran ciudad, no tienen nada que ver con la economía que tienen trabajando el Larabanga. Además, cabe destacar que la Covid-19 tampoco ha afectado a su rendimiento ni a su economía, ni a la cantidad de trabajo. No dependen de nadie y sus trabajos diarios son sus propios ingresos.

Es fácil asemejar el trabajo con crecimiento. Personal, económico, y propiamente laboral. En este sector, es fácil empezar cosiendo y tener objetivos como terminar trabajando en una gran ciudad o en una gran empresa. Pero al observar el trabajo de primera mano en Larabanga, mi percepción fue diferente a la que siempre he estudiado y he admirado. Aquí se muestra más el crecimiento laboral, a su vez personal, que el económico. Lo que transmiten las costureras no es el afán por la economía de las prendas que confeccionan, sino la dedicación de esa prenda que va a hacer que la clienta esté satisfecha. Es un sentimiento por el trabajo de cada día, por cada cliente, y por cada prenda. Va todo mucho más allá que una aguja y un hilo. Cada prenda y su significado expresa una cultura, una posición, un gusto, una afición. Expresa la propia personalidad de un individuo. Es algo tan simple como una costumbre diaria, y a su vez una bonita expresión de nosotros mismos.

Sol Parra Fernández es estudiante de 3º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).