Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)

Cuando supe que venía a África, en concreto a Ghana, lo primero que me dijeron es que tuviera cuidado con la Covid-19, que a saber cómo estaban las cosas por esta zona. Y yo, inconscientemente, también pensé que podría ser uno de mis mayores impedimentos a la hora de vivir aquí. Ahora, tras casi dos semanas, ese pensamiento ya ha cambiado.

Es posible que actualmente el término «epidemia» sea uno de los más nombrados y repetidos en nuestra sociedad, y estemos viviendo uno de los momentos más marcados de nuestra vida y de la historia, donde estar vacunado de la Covid-19 es de las cosas más importantes y necesarias para nuestra sociedad. Pero es curioso que viviendo y trabajando aquí, he podido comprobar que la enfermedad y la vacuna más importante desde hace decenas de años es la de la Fiebre Amarilla. De hecho, de las siete vacunas que me tuve que poner para venir, la única obligatoria fue esta, junto con la del Covid-19; el resto sólo eran recomendables.

Esto me dio qué pensar sobre la importancia de la enfermedad de la Fiebre Amarilla y su vacuna, así que me puse a investigar. He podido comprobar que los lugares donde más se ha propagado esta enfermedad a lo largo de los años son la África tropical y América del Sur. Siendo una enfermedad muy grave y un problema de salud pública importante para cientos de millones de personas que viven en estas zonas. Por ello, la vacunación es la principal estrategia recomendada para reforzar con rapidez la inmunidad contra esta enfermedad en la población del Gonja Occidental, un antiguo reino del norte de Ghana que coincide, más o menos, con la zona oeste de Savannah Region.

Esta estrategia de prevención y control se lleva desarrollando desde hace más de sesenta años gracias al nacimiento de una vacuna muy eficaz, la 17D, que curiosamente está preparada a partir de embriones de pollo. Su efectividad se ha analizado un mes después de la inmunización, donde se ha comprobado en el 99% de los vacunados la posesión de altos niveles de protectores de anticuerpos. Esta inmunización, generalmente, cubre unos diez años, pero la inmunidad puede ser de por vida, pues se ha demostrado que los anticuerpos pueden llegar a persistir durante 30 o 35 años.

La estrategia tiene dos componentes: el primero es la inclusión de la vacuna 17D en los programas nacionales de inmunización infantil en esta región. Y el segundo es la realización de campañas de vacunación preventiva masiva para proteger a los grupos susceptibles de más edad como en Larabanga.

Las epidemias suelen iniciarse en las áreas rurales, alejadas de los centros urbanos y de la sede de las autoridades nacionales. Así, su detección y notificación suele ocurrir normalmente dos o tres meses después de su inicio. Investigué los factores responsables del resurgimiento de la Fiebre Amarilla, centrándome especialmente en África, y he podido comprobar que los más importantes han sido el colapso de los sistemas de servicios de salud de la región; la vigilancia débil o inadecuada de la enfermedad; la pobreza urbana junto con los desplazamientos masivos de población; el manejo inadecuado del medio ambiente y la deforestación creciente actual.

Cuando el lunes 28 de febrero me enteré de que habían llegado a Larabanga unos supervisores de la vacunación de la Fiebre Amarilla, que iban a estar aquí durante tres días revisando por toda la región las clínicas, colegios e incluso en las casas, comprobando habitante por habitante la cartilla de vacunación de la Fiebre Amarilla, y vacunando en el momento a aquellos que no la tuvieran puesta, no dudé en asistir y en informarme sobre el proceso de revisión.

Cuando llegué a la clínica esa mañana, lo primero que me llamó la atención fueron unos carteles de «No mask. No entry». Seguidamente observé que de los individuos que había en la sala de espera, una zona abierta con mostrador y sillas para los pacientes, a excepción de una enfermera, nadie llevaba la mascarilla puesta. A continuación, vi que el ambiente entre las enfermeras, el médico y los pacientes era muy alegre y agradable, lo que me produjo una bienvenida muy afectiva. Cuando entré, el médico no dudó en saludarme alegremente y me invitó que me sentara para esperar a que el supervisor de vacunación llegara a la clínica. Apenas había pacientes, un par de señoras con sus hijos y otra niña pequeña, que era la hija de una de las enfermeras. Sólo hablaban en inglés y eso me llamó mucho la atención, ya que normalmente entre los habitantes de Larabanga suelen hablar en kamara, el dialecto del pueblo.

Después de escasos de minutos de espera, llegó un chico de unos treinta años, cuyo nombre era Fashir. Se presentó y le conté que venía en busca del supervisor de la vacuna de la Fiebre Amarilla para poder hablar con él e informarme sobre el control de dicha vacuna. Entonces, nos fuimos a otra zona de la clínica donde me presentó al médico que revisaba la documentación de los pacientes en una especie de porche, donde permanecía sentado junto a varias mujeres y sus hijos. Me senté junto a él y observé que llevaba el control de los pacientes tanto en papeles físicos como en un grupo de WhatsApp con otros supervisores, donde se iban informando del control de cada pueblo continuamente.

Después de estar observando un largo rato la situación, Fashir me invitó a ir con él a supervisar también a Kananto, una pequeña aldea cerca de Larabanga. Cuando llegué a esta aldea después de 25 minutos de trayecto en moto, me encontré con cuatro señores sentados debajo de un gran árbol rodeando a una mesa. Eran los enfermeros. Cuando nos acercamos, nos saludaron y acompañé a Fashir a dar un paseo por la aldea que apenas tenía diez casas. Sólo nos encontramos a unas niñas en uniforme y a unas señoras peinándose. Todas estaban vacunadas. Así que cuando terminamos, nos fuimos de vuelta al árbol con los enfermeros. Me dejaron sentarme a su lado para poder observar todo de primera mano. Incluso me pidieron que hiciera fotos, lo que llamó mi atención, porque suelo ser yo la que tengo que preguntar primero si me permiten hacerlas.

El proceso era muy sencillo, rápido y cómodo. Cada enfermero tenía una labor. Cuando algunos de los habitantes de la aldea se acercaban, siendo la mayoría mujeres y niños de diferentes edades, uno de los enfermeros se encargaba de recoger el carnet de identidad junto con la cartilla de vacunación de la Fiebre Amarilla. Si tenían la vacuna puesta, otro de los enfermeros apuntaba los datos en un papel para que el paciente pudiera irse. Si no la tenía puesta, otro enfermero cogía una cartilla nueva entre un montón que tenían sin usar y escribía los datos del paciente. Cuando este terminaba, la persona se sentaba en una silla y el último enfermero cogía una jeringuilla de un paquete nuevo que le había traído Fashir de Larabanga, introducía la mano en una especie de nevera donde conservaba a temperatura fresca todas las vacunas y, a continuación, cogía un algodón, pinchaba al paciente, este recogía su cartilla, y podía irse. Así, uno tras uno. Mientras esperábamos a que vinieran más pacientes de la aldea, los enfermeros y Fashir conversaban tranquilamente sobre la sanidad del país hasta que vieron que todo estaba correctamente y pudimos volver a Larabanga.

Al día siguiente, fui a Wulugu School, el colegio donde mis compañeras están realizando sus prácticas como maestras, y también estaban revisando la cartilla de vacunación de la Fiebre Amarilla. Y aunque el panorama era algo diferente, la organización era la misma. Ese día no hubo clase las primeras horas. En el patio estaban todos los alumnos y alumnas de la escuela, y la mayoría hacían filas cada cierto tiempo para poder ir entregando uno por uno su cartilla de vacunación de la Fiebre Amarilla a la enfermera y al supervisor, donde también les acompañaba el director del colegio. El proceso era similar. Revisaban las cartillas y si alguno no la poseía, se le vacunaba al momento.

Cuando volví a casa, estuve analizando que a pesar de que he observado que este proceso está siendo más ordenado y la reemergencia de la enfermedad esté mejorando poco a poco, aún siguen existiendo distintos cuadros clínicos de la Fiebre Amarilla que se pueden confundir con los de otras enfermedades infecciosas. Por eso, es tan importante y necesario disponer de un sistema sensible a la vigilancia de la Fiebre Amarilla basado en los casos, y respaldado por servicios de diagnóstico de laboratorio.

Por otro lado, tras reflexionar sobre la mejora de la organización de la prevención de esta enfermedad en la región, haber comprobado que la vigilancia es más adecuada que antes, y que se ha conseguido disminuir el colapso de los sistemas de servicios de salud, ya que ahora son los propios sanitarios los que realizan el desplazamiento por todo el Gonja Occidental, cabe destacar que a pesar de los importantes logros comentados que han alcanzado el conocimiento de la epidemiología de esta enfermedad y de la disponibilidad de una vacuna segura y eficaz, la Fiebre Amarilla continúa siendo un serio problema de salud pública tanto en África como en América, donde anualmente afecta a 200.000 personas, aproximadamente, y causa alrededor de 30.000 muertes. Cabe reseñar que África contribuye con el más del 90% de la morbilidad y mortalidad de Fiebre Amarilla en todo el planeta.

Aunque haya vacunas que se estén desarrollando más, que la organización esté mejorando y que algunas epidemias vayan disminuyendo, asombra saber que sigue habiendo numerosas vacunas sin desarrollarse por falta de recursos o por falta de interés de otros países hacia el análisis de la prevención de otras enfermedades y que sigue habiendo miles de personas en este país que fallecen por falta de recursos para las enfermedades mortales. La importancia de la información sobre estos temas es crucial y sobre lo que puede llegar a influir una mejora de organización de la sanidad en regiones como el Gonja Occidental o sobre el propio continente africano.

Sol Parra Fernández es estudiante de 3º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).