Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)

Es asombrosa la capacidad que puede llegar a tener el ser humano de dar un giro de ciento ochenta grados a su vida y cambiar en base a la simpleza de las percepciones. Percepciones que te llevan a sensaciones que nunca habías experimentado y que, sin saber cómo y sin preguntarte por qué, consigues llegar a ellas. De repente, alcanzas poder vivir el cien por cien del presente sin esperar nada a cambio y tener la sana incertidumbre de no saber qué será lo siguiente, sin preocuparte por ello y, además, tener el placer de disfrutarlo.

Larabanga es percibir constancia, empatía y gratitud. Es trabajo. Es compañerismo. Es comunidad. Es salir a la calle y tener la certeza de que va a haber niños que van a acercarse a ti corriendo con una sonrisa de oreja a oreja para preguntarte tu nombre y darte la mano, durante el tiempo que haga falta, con tal de acompañarte y hacerte sentir más feliz por unos minutos, y tú a ellos más. Es la certeza constante saber que cada escasos metros hay alguien que, por el simple hecho de saber de ti, te llama, te saluda y te pregunta qué tal estás, parándote en mitad de la calle o en la lejanía. Consiguiendo llenarte de asombro por su amabilidad y empatía

Larabanga es observar la ausencia de soledad y de silencio, y darte cuenta de que, entre ese ruido, hay paz. Es darte cuenta de que cada metro por el que andas está construido por los que te rodean y por los que te están mirando. Te das cuenta de que el que te ha saludado hace escasos metros ha sido quien ha hecho que el pan que has desayunado esta mañana llegue a tu mesa. Es darte cuenta de que el agua que te ha saciado la sed bajo los treinta y ocho grados del día de hoy, ha sido gracias a la mujer que se ha levantado rozando el alba con su hijo pequeño en la espalda y ha cargado esa cantidad de kilos de bolsas de agua sobre la cabeza para que, cuando tú llegaras a esa hora, el agua estuviera lista. Es darte cuenta de que los jornaleros que cargan bolsas de 54 kilogramos de carbón durante dos días en un camión a plena luz del día e incluso durante la noche, es para que la comida que te espera dentro de unas horas esté cocinada. Es darte cuenta de que la sonrisa que le pones al niño que viene corriendo para preguntarte tu nombre y darte la mano es de los actos más simples y bonitos que te llenan en el día. Es darte cuenta de que nunca vas a ir solo por la calle ni va a haber alguien que no se interese por ti, aún sin conocerte. Y la magia está precisamente ahí, en darte cuenta de ello.

¿Cómo algo tan simple como el sentirse arropado por individuos que no conoces y que llevan una vida tan diferente a ti te haga sentir tan pleno y feliz? Es posible que sea algo que deba quedarse en las reflexiones de cada uno, pero permíteme el placer de adelantarte que es algo que sólo se percibe y se siente, no que pueda explicarse. Como la noción del tiempo. Es algo que verdaderamente ni siquiera acaricias, sólo sabes que está ahí pero apenas llegas a tocarla porque consigues disfrutar cada momento de tal forma que el reloj y el calendario son elementos que no te pesan en la mochila del día a día.

Y en esto se basa la simpleza de las percepciones.

En observar. En buscar. En encontrar. En experimentar. En sentir. En ver. En tocar. En oír. En oler. En saborear. En escuchar. En aprender.

En vivir y en darte cuenta de ello.

Sol Parra Fernández es estudiante de 4º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).