Cristina Segovia Barberán | Larabanga (Ghana)

 

Llegar a un país como Ghana para realizar las primeras prácticas de maestra es todo un reto.

Para empezar, ya es impactante entrar en el aula, que es un espacio prácticamente diáfano con algunos pupitres de madera en los que se agolpan unas cuantas decenas de niñas y niños que creía incontrolables. Pero sin duda, lo más interesante es ir conociendo la manera de actuar y de interrelacionarse de los alumnos en la escuela, que supone un ámbito determinante para su desarrollo social y, para nosotros, una manera muy efectiva de conocer la realidad del contexto en el que nos encontramos.

Un hecho que he tenido que normalizar y que los primeros días no entendía, es que haya alumnos saliendo y entrando constantemente del aula. Habitualmente, mi clase se llena de niños que no son mis alumnos, o en mitad de una explicación o un ejercicio, alguno sale y vuelve a los pocos minutos; por no hablar de los llantos y las peleas repentinas, que, cualquier maestro o persona que tenga trato con niños, puede comprender.

Todo esto no es difícil de imaginar teniendo en cuenta que aquí las puertas siempre están abiertas de par en par, pero es curioso sentir cómo pasa el tiempo y voy encontrando motivos y explicaciones a todos esos factores que, en un principio, tanto llaman la atención.

Por ejemplo, el tema del material. Sorprende ver lo poco materialistas que son; aprecian mucho sus bienes, pero no tienen marcado un fuerte sentido de la pertenencia: aquí se vive en comunidad, todo es de todos, todo se comparte. En clase se da más de una vez la situación de que, un niño no tiene lápiz, y otro parte el suyo a la mitad para dárselo y así poder escribir ambos.

También sucede que entre hermanos suelen compartir el material, y esa es una de las razones por las que hay tanto movimiento entre aulas. Con “hermanos” no solo me refiero al parentesco de sangre, en Ghana se considera hermano a tu vecino, al resto de niños que se han criado contigo, a tus primos u otros familiares… Este vínculo se hace muy notorio en el colegio. Es habitual que los más pequeños acudan a las clases de sus hermanos mayores cuando necesitan algo, lloran, o simplemente están cansados.

Por estos motivos, las aulas no son un espacio ordenado y cerrado como nosotros conocemos, sino una pequeña atmósfera abierta en la que los alumnos están en continua interacción.

Otro elemento social muy positivo y destacable es la diversidad de edades y género en los juegos del tiempo libre. El recreo, a diferencia de muchos colegios de España y de otros lugares del mundo, es un momento social completamente heterogéneo, en el que se pueden observar grandes grupos de niños y niñas de diferentes cursos jugando juntos a las palmas o corriendo.  Basta un palo y la arena para divertirse durante horas, ¡la creatividad está a la orden del día!

Por otro lado, como apuntaba anteriormente, son bastante habituales las peleas físicas. Causadas desde el más mínimo detalle, hasta el desenlace de cualquier discusión. Aunque al principio pueda dar la imagen de un ambiente de violencia, hay que entender que realmente es su manera de resolver conflictos, como siempre ha ocurrido hasta que han ido calando las ideas pedagógicas. Es cierto que hay muchos enfrentamientos, pero también es verdad que en cada uno siempre hay algún niño, normalmente mayor, tratando de poner paz entre medias.

Además, esta costumbre va evolucionando hacia una forma de resolución más pacífica, a través de las palabras, conforme los niños y adolescentes van creciendo. De adultos, el arma más potente es la honra y los valores que rigen su sociedad, propios de la región Norte, donde se encuentra Larabanga.

Volviendo a la rutina social de los más pequeños, tanto a primera hora de la mañana como a la hora de volver a casa, el camino de la escuela lo realizan los niños solos, normalmente agrupados, y alguna vez cargando a sus hermanos menores en la espalda. Suelen ir cantando y jugando entre ellos, mientras caminan por una larga carretera con hectáreas de árboles en el horizonte.

Todos estos factores hacen que la autonomía que desarrollan los niños desde los primeros años de edad y el ambiente de comunidad en el que viven, sean aspectos muy beneficiosos para su evolución social. Y es que, como asegura Xavier Aldekoa (2016):

Cuando llegas a un mundo desconocido, con claves culturales distintas e idiomas diferentes, describir solo lo que ven tus ojos es una derrota. Al fin y al cabo, escribir siempre es una consecuencia; primero es necesario entender, y solo después estás preparado para mirar.

Por lo que, sí, llegar a un país como Ghana para realizar las primeras prácticas de maestra es todo un reto. Un reto mayúsculo, quizás el más grande al que me he enfrentado, y he de confesar que los primeros días no tenía muy claro si iba a salir victoriosa. Pero como bien reflexiona Aldekoa, una vez te sumerges de lleno en su ritmo y estilo de vida, vas comprendiendo su funcionamiento y, sin darte cuenta, eres parte activa de este contexto tan distinto al nuestro.

Y con una amplia sonrisa puedes afirmar que has logrado vencer tus miedos y lo que al principio parecían cuarenta estudiantes descontrolados, no eran más que un puñado de niños y niñas con ganas de aprender.

 

Cristina Segovia Barberán es una estudiante de 3er curso del grado de Educación Primaria en la Facultad de Educación de Segovia de la Universidad de Valladolid, actualmente realizando sus prácticas curriculares en la escuela «Wulugu» de la aldea de Larabanga, Ghana.