Alba Claudio | Larabanga (Ghana)
De las cosas que más pueden llamar la atención de un occidental cuando llega a Ghana es la multiculturalidad del país. La población cristiana es la más predominante, aproximadamente engloba un 63% de la población total, y se concentra sobre todo en la zona sur. Cuando hablamos de cristianos también hablamos de anglicanos, metodistas y presbiterianos. En la parte norte de Ghana se concentra la población musulmana, que abarca un 17% del total de la población. Las diferentes religiones tradicionales son practicadas por un 20% de la población.
Choca, y mucho, que culturas tan diferentes puedan convivir en armonía y con tanto respeto entre ellas en un mismo país. Me angustia afirmar que a mí este hecho me resultó impactante cuando no debería ser así. Pero seamos honestos, en España o en casi cualquier país occidental, todavía estamos aprendiendo a convivir con otras culturas. Es este sentido Ghana nos lleva mucha ventaja.
Me gustaría enfocar esta entrada de blog de manera más profunda y personal, centrándome en mis experiencias en el norte de este país, más concretamente en Larabanga, en las mujeres que viven aquí y en mis conversaciones con ellas.
En Larabanga, la religión es musulmana y tiene la mezquita más antigua del país. Los habitantes están llamados a rezar al menos cinco veces al día a través de megáfonos repartidos a lo largo de todo el poblado. Las mujeres en Larabanga no sólo se dedican a las labores domésticas tradicionales como el cuidado del hogar y de los niños, sino que combinan dichas labores trabajando de sol a sol, en las granjas, o vendiendo en los mercados para poder ganar algo de dinero y sustentar así a su familia, ya que muchas veces el “trabajo” de los maridos no es suficiente. Encomillo la palabra “trabajo” ya que en ocasiones me resulta dudosa su atribución a las labores de algunos hombres en Larabanga.
Si paseas por Larabanga durante varios días, podrás observar a los mismos hombres de siempre (y no son pocos) sentados en el bar o jugando a juegos de mesa durante todo el día. Sin embargo, las mujeres se dedican a un sinfín de tareas, como la transformación de diferentes materias primas, la semilla del árbol de karité hasta conseguir manteca, la recolecta de cacahuetes, maíz y otros alimentos según la estación del año para después poder venderlas. También se dedican a la costura, a despachar en pequeñas tiendas familiares, a cocinar en pequeños puestos a pie de calle, a la venta ambulante de todo tipo de productos que pasean por el pueblo en un enorme recipiente, el cual colocan en su cabeza soportando cantidades enormes de peso… En ocasiones excepcionales, algunas consiguen acceder a puestos de trabajo más altos si han alcanzado la oportunidad de tener una formación, como, por ejemplo, enfermeras o profesoras.
Las mujeres sufren la presión social de casarse y tener hijos bastante jóvenes, aunque también se da el caso de la madres solteras, que sorprendentemente no están mal vistas por la sociedad, siempre y cuando todavía sean jóvenes para poder casarse y «formar una familia». Y es que, al contrario que en otras muchas religiones, no se le da importancia a la virginidad de la mujer a la hora del matrimonio, es decir, son libres de experimentar su sexualidad sin prejuicios antes de comprometerse.
El hombre puede casarse con más de una mujer, tantas como pueda mantener. Normalmente las mujeres no viven juntas, el hombre manda construir diferentes casas para que vivan por separado y evitar así peleas entre ellas. O sea, que compartir marido no es una situación que la mujer lleve bien aunque desde pequeñas hayan crecido viendo esta situación en su propia familia. La poligamia es algo que asumen por cultura pero que interiormente no parece que lleguen a aceptar. De hecho, en conversaciones con algunos hombres de Larabanga, el marido puede tener relaciones extramatrimoniales sin ningún tipo de problema ni repercusión social. Sin embargo, si se descubre la infidelidad de alguna mujer, las consecuencias pueden ser incluso mortales. Es el marido quien decide sobre la mujer.
Las mujeres pueden empezar a llevar el velo a partir de los dos meses de edad, es una elección familiar. Únicamente es obligatorio una vez se hayan casado. Cuando un matrimonio tiene hijos, la madre solo los cuida hasta una determinada edad, después será la abuela paterna quien los críe. Si preguntas a una mujer cuál es la finalidad de esto, su respuesta será “por cultura”, es decir, ni ellas saben cuál es el propósito por el cual no pueden ser ellas quienes críen a sus propios hijos. En casos excepcionales, la madre consigue lograrlo si llega a un acuerdo con la familia.
Cuando a Saweila, nuestra madre y cocinera en Larabanga, le preguntamos cómo es la vida de una mujer aquí, sonríe y mira para otro lado. Nos cuenta que la cultura les deja en un segundo plano, pero que esto lo han aceptado y asumido, saben que podrían tener una vida más digna y feliz compartiendo tareas, teniendo más voz y una mente más tranquila y sin celos si los hombres solo tuvieran una esposa. Al menos ella es una afortunada y, de momento, su marido no tiene más mujeres. Tiene dos hijos que la llenan de energía y en estos días dará a luz a un tercero que espera con ansia, sabe que ellos nunca le fallarán, así como el resto de las mujeres del pueblo y, sobre todo, de su patio, porque al final ellas están siempre unidas y se apoyan mutuamente.
En conversaciones con hombres jóvenes que rondan los treinta años de edad y que sorprendentemente no están casados, afirman que la cultura y la religión están cambiando poco a poco, y que no contemplan tampoco llegar a tener más de una mujer en el futuro. Hay que entender que en África el desarrollo es más lento tanto económica como culturalmente, por eso, escuchar afirmaciones como la anterior son un gran avance. Sin embargo, todavía queda tiempo poder escuchar a una mujer decir: “No quiero casarme ni tener hijos”.
La mujer africana es el héroe olvidado de África. Porque no sólo es, aunque invisible, el motor del continente, sino que también es su pieza más fiable: una mujer africana jamás desaprovecha una oportunidad para sacar adelante a los suyos. África no está perdida, está esperando a que las mujeres ocupen el sitio que les corresponde (Aldekoa, 2014, p. 164).
Alba Claudio es estudiante de 4º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).
Referencia bibliográfica:
Aldekoa, X. (2014). Océano África. Barcelona: Ediciones Península.