Sol Parra Fernández | Larabanga (Ghana)

Cuando viajamos para conocer un lugar, uno de los factores que primeramente se nos pasa por la cabeza suele ser el gasto que supone pasar un tiempo en esa zona. Desde el alojamiento o la comida, hasta la visita de cualquier monumento o zona turística del lugar. Pero ¿qué impacto supone como turista el prevalecer el gasto económico a conocer internamente la vida, la cultura y la gente de ese lugar? Casi dos meses formando parte de la comunidad de Larabanga, mi perspectiva respecto a esta pregunta ha cambiado por completo.

Viniendo de una ciudad de unos sesenta mil habitantes y con una cifra de turismo anual bastante elevada, cuando pienso en turismo, pienso en los grupos de gente que visitan los monumentos, en los restaurantes llenos y en los dispositivos electrónicos en las manos. No pienso en la cercanía de los turistas ni en el interés de conocer más allá de las zonas turísticas que forman el lugar donde me he criado.

Cuando llegué a Ghana, lo primero que pensé fue en lo que iba a ver, fotografiar y comprar. Curiosamente, ahora solo se me pasa por la cabeza pasar tiempo con la gente, interesarme por su cultura, y hacer sentir bien, como en casa. Mi perspectiva ha cambiado tras llevar varias semanas observando el comportamiento del turismo en Larabanga. Siento que cada turista, nacional e internacional, sólo vienen al pueblo para conocer lugares, no personas.

Larabanga es un pueblo visitado por turistas nacionales diariamente, e internacionales en tiempo vacacional. Los más repetidos suelen ser alemanes y americanos, seguidamente de los españoles y austriacos. La mayoría visitan este pueblo porque primeramente acuden al Parque Nacional del Mole. Allí les aconsejan venir a Larabanga porque posee la mezquita más antigua de todo Ghana. Aprovechan también para comprar frutas en el pueblo que no hay en otros lugares cercanos, productos medicinales locales, o incluso vienen a la zona cercana al pueblo para ver las estrellas, ya que en las grandes ciudades turísticas es más complicado verlas. En el caso de la mezquita, para entrar en ella, los turistas internacionales tienen que pagar veinte cedis, de los cuales diez van para el guía y otros diez para los fondos del mantenimiento de la mezquita y la comunidad. Los nacionales diez cedis y los colegios visitantes 5. Cada turista al finalizar su ruta tiene la opción de rellenar un cuestionario, y poder así valorar positiva o negativamente la experiencia, consiguiendo que los guías reflexionen y aprendan de sus comentarios. Además, también hay una pequeña tienda de productos hechos a mano de Ghana y de Burkina Faso a escasos metros de la mezquita, donde los turistas pueden comprar recuerdos para sus países y aportar difusión de la comunidad de Larabanga.

Por otro lado, la Covid-19 ha afectado enormemente a la economía del pueblo. Los turistas internacionales dejaron de visitar Larabanga por el cierre de fronteras. Esto ha significado un gran declive en la economía también de los trabajadores turísticos, pues no tenían dinero para su día a día y tuvieron que recurrir a trabajar en los campos de cultivo hasta que la situación mejorara. Actualmente, la situación está más controlada y de nuevo los turistas han seguido visitando el pueblo y los guías han podido volver a trabajar y ganar dinero con su trabajo.

Hablando con varios guías turísticos del pueblo sobre su perspectiva a su trabajo, me recalcaron tres aspectos importantes que aporta el turismo a Larabanga: Primero, se consigue recomendar Larabanga en todo el mundo, pues los turistas que vienen, son de muchas partes del planeta. Seguidamente, para aquellos que lo viven, cuentan que Larabanga es sentirse en casa. Y, por último, hay un producto, sheabutter, creado en Larabanga que la gran mayoría de turistas lo compran. Es una crema con propiedades medicinales e hidratantes para la piel, quemaduras o heridas. El producto se ha hecho muy conocido entre la zona y, tras su venta a los turistas, se consigue una ampliación de su conocimiento en los diferentes países del mundo, lo que supone que el mercado de esta crema va creciendo y es positivo para el conocimiento de la comunidad de Larabanga.

Por otro lado, cabe destacar los aspectos negativos de la visita de algunos turistas. Guías turísticos me contaban que cuando los colegios vienen a hacer una excursión a la mezquita, suelen pagar menos que los turistas. Esto a veces ha repercutido negativamente a los visitantes extranjeros, pues algunos han cuestionado la diferencia de precio y han llegado a quejarse o directamente han decidido no pagar.

En el contexto de cultura y religión, los musulmanes tienen que purificar sus cuerpos y sus almas para rezar en los lugares sagrados, y si no lo hacen, no pueden entrar. Esto a veces también ha sido cuestionado por algunos turistas, pues no lo entienden y critican sin saber. Respecto a la economía, hay muchos extranjeros que comparan las oportunidades que ven en el pueblo con lo que están acostumbrados a ver. Y, por último, muchos de los visitantes prefieren hospedarse en el sitio más caro y lujoso para disfrutar de sus vacaciones, en vez de experimentar la vida y la historia del pueblo.

En numerosas ocasiones, los habitantes de Larabanga se sienten discriminados. Es increíble cómo puede haber gente que venga y, sin conocer, critique y cuestione la cultura, la economía y la educación que se da en esta comunidad, fomentando incomodidad entre los habitantes y haciéndoles sentir poco respetados. Si verdaderamente alguien quiere conocer un lugar, es necesario plantearse la repercusión que nos gustaría que nos dieran en nuestro hogar, la repercusión que queremos dar, y la que finalmente damos. Darnos cuenta que, aunque tengamos culturas, economías, educación, lenguas y vidas diferentes, todos merecemos el mismo cuidado y el mismo respeto. Pero lo importante está en el acto, no sólo en el conocimiento de esto. Invito a reflexionar sobre la forma que acostumbramos a visitar un lugar y la repercusión que damos, pues existe una gran diferencia entre lo que aportamos a una comunidad cuando vamos con la idea de fotografiar, gastar y disfrutar del tiempo vacacional, a cuando vamos con la idea de compartir tiempo con gente y aprender de ellas. Mi reflexión se basa en que el conocer no sólo está en los monumentos, la comida o el gasto económico. Conocer un nuevo lugar es conocer a su gente y dedicarle tiempo. La confianza para aprender no se consigue haciendo fotos ni observando la vida desde fuera, sino todo lo contrario. La confianza se consigue disfrutando y compartiendo la vida desde dentro, enseñando y aprendiendo.

Sol Parra Fernández es estudiante de 3º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).