Iria Lama Izquierdo | Larabanga (Ghana)

Fortaleza, pilar, motor, inmortalidad, vida.

Después de repetidas alarmas en las que Rayan reclama su hora de teta, nos dan las cinco y media de la madrugada, hora de comenzar una nueva jornada. Dejo al pequeño que con la tripa llena, vuelve a caer rendido junto a Abdala, su hermano mayor de ocho años. Preparo un té caliente, me cubro la cabeza y me dirijo a casa de la madre de mi marido, dónde acostumbra a dormir mi hija. Cuando llego, la abuela ya se había encargado de acicalarla para un nuevo día de escuela.

Aunque solo tiene 5 años, nunca antes le había gustado la idea de ir al colegio, pero está contenta por el cambio a la escuela de la ciudad de Damongo. Un lugar dónde los profesores enseñan con vocación y los niños incluso llegan a aprender que la educación sirve para algo. Lamentablemente, solo puedo permitirme pagárselo a uno de mis hijos, así que pensando en quienes suelen ser las perjudicadas a nivel de oportunidades, decido que la gran afortunada sea Rakiba, para facilitarle, en pequeña medida, la supervivencia en una sociedad marcada por una fuerte ideología patriarcal.

Le ayudo a ponerse los zapatos y preparo su almuerzo. Termo de agua fresca, botella de té, sándwich de mantequilla, más dos cedis que la abuela le guarda en el bolsillo pequeño para comprar los cuadernos de ejercicios. La mochila está lista para ponernos en marcha hacia la estación de taxis. Al doblar la esquina, ya se puede escuchar como el resto de los compañeros la llaman entusiasmados, a lo que ella responde con su natural indiferencia. Llegamos, y el conductor comenta lo traviesa que ha sido en clase durante la primera semana. Me enfado y ella, que hasta el momento permanecía de oyente, sale disparada por lo que pueda venir. Razón no le faltaba, solo que, por intentar evitarlo, le caen dos a falta de una. Comento que confío en que le sirva, al menos, para que durante el día de hoy no le queden ganas de ser un estorbo para la maestra. Pero en cuanto el coche arranca, me rio de mi iluso pensamiento como si no supiera que es mi viva imagen de niña.

Me dirijo de nuevo a casa y, una vez más, me toca hacer de mala. Abdala, motivado por el estilo de vida de los hombres del pueblo, le había faltado tiempo en irse a casa de la vecina a ver la televisión en cuanto al bebé le dio por llorar. Le pego cuatro gritos y empieza a prepararse para la escuela, ese sitio que posiblemente no pise en toda la mañana sin que ni siquiera yo llegue a enterarme. Aunque tenga que hacer de madre, no lo culpo. Los profesores faltan a menudo y, quizás por su poca formación o por la falta de vocación, no transmiten al alumno ni la motivación ni el aprendizaje que necesita. Fue el principal motivo por el que decidí cambiar a Rakiba.

Mientras, aprovecho para barrer la entrada de casa y la parte del área de la comunidad que me corresponde. Pasa un vendedor ambulante en bicicleta, y por que sí, por que me lo merezco, me compro una radio altavoz de mano. Y me digo a mí misma que partir de hoy, trabajaré bailando. A la vez escucho las noticias en un idioma que no entiendo, desayuno, me pego una ducha y acicalo al bebé. Antes de partir, escucho al camión del agua. Y tras catorce viajes con cubo en la cabeza, termino de llenar los dos bidones de reserva. Me coloco al pequeño Rayan a la espalda, la tina en la cabeza, con la música a todo volumen y el resto de las cosas que necesito para el día de hoy, y parto hacia el albergue de los voluntarios de ADEPU donde trabajo como cocinera.

Lavo algunos cacharros mientras se hace la salsa de tomate para los espaguetis. Y como en Ghana la hora no es un problema para hacer lo que te apetezca, me pongo a comer en cuanto está listo. En seguida se acerca también un familiar para recoger su comida, pues además de mi trabajo, hacer la comida a la madre de tu marido es una obligación desde el momento en que te casas. También lo es a la mía, pero como no vive en Larabanga, eso que me ahorro.

Por la tarde aprovecho para descansar con el bebé y las voluntarias en la habitación. Dormimos, charlamos, compartimos y reímos hasta que llega el momento de ponerse con la cena. Hoy la preparo un poco antes para poder irme a casa y hacer una colada, pues quiero dejar limpios los uniformes del colegio para mañana. Al acabar, charlo un rato con las vecinas y en seguida noto que mis ojos se cierran y que mi cuerpo quiere descansar. Rakiba ya está en casa de la abuela y Abdala y el bebé, raramente dormidos desde hace un rato. Me acurruco con ellos y me quedo dormida hasta que la alarma Rayan decida llorar de nuevo.

Fdo: Ningún hombre en Larabanga hasta el momento.

Todos los acontecimientos de esta historia son verídicos y fruto del resultado de haber tenido la oportunidad de compartir 24 horas con una admirable mujer ghanesa, aunque sutilmente decorados con pensamientos y reflexiones propias que he ido observando a lo largo de dos meses de estancia. Pues a pesar de ser conscientes de que nacen destinadas a ser madres, no lo entienden como una opresión patriarcal. Dando paso al machismo silenciado. Un machismo en el que tanto hombre como mujer tienen tan asumidos sus roles, que no se ve la represión, solamente los mandos definidos. Un machismo que hace tan nuestras tareas como ser madres (entendido como lo que conlleva serlo en una sociedad machista), que nos enorgullece serlo y llegamos a ver el error y la equivocación en la mujer que decide tener otros planes para la vida de nadie más que la de ella misma.

Bibliografía: Saweila. Edad desconocida, aunque no supera los 30 años (hasta hace no mucho, las mujeres del mundo rural daban a luz en sus casas y el nacimiento no quedaba registrado en ningún lugar). Procedente de Mole pero vive en Larabanga, Ghana, desde que se casó aproximadamente a los 15 años. Madre de tres hijos. Magnífica chef y mejor persona. Pero, ante todo, fortaleza, pilar, motor, inmortalidad, vida. Resumiendo: mujer.

 

Iria Lama Izquierdo es estudiante de 4º curso del grado de Publicidad y Relaciones Públicas de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la Universidad de Valladolid (España).