María Pérez Lobo | Atsiame (Ghana)

Hace unas semanas fue el 8 de marzo. En muchos puntos del mundo, las calles se tiñeron de morado, se llenaron de pancartas. Personas de todas partes salieron a luchar por los derechos de las mujeres, por la igualdad. Las avenidas se colapsaron de gente que proclamaba justicia en nombre del feminismo.

Aquí, en Atsiame, no hubo mareas violetas ni calles cortadas. Cuando llegamos a la escuela, las maestras vinieron a dar sus clases. Al volver a casa, Becky y Felicia, nuestras cocineras, nos prepararon la comida como cualquier otro día. Cuando paseamos por Atsiame por la tarde, las niñas más mayores, las madres y las abuelas cumplían sus funciones habituales: preparar la comida, limpiar, ir a por agua… No hubo miles de personas concentradas, pero sí un grupo de mujeres que, quizás por primera vez, compartió lo que significa ser mujer en África.

A lo largo de la historia ha habido una clara diferenciación entre hombres y mujeres, impuesta como un constructo social que dictaminaba cómo debíamos ser, comportarnos y actuar en función de nuestro sexo. En el siglo XVIII surgió en Francia la Ilustración, un movimiento cultural e intelectual que defendía la igualdad de las personas. Esta idea culminó con la Revolución Francesa, que trajo consigo la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, una declaración que versaba de forma exclusiva sobre los derechos del hombre, sin incluir a la mujer. Si estaba gestándose un cambio político hacia la igualdad universal, ¿cómo era posible que dejaran a las mujeres, la mitad de la población, fuera de ese cambio?

Sin embargo, hubo dos mujeres que decidieron actuar. Olympe de Gouges escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, mientras que Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los derechos de las mujeres, considerado uno de los libros históricos del feminismo. Esta última obra evidencia que la diferencia entre hombres y mujeres no es algo NATural, sino CULtural, algo que se transmite a través de la educación. Ha habido grandes avances y progresos en la lucha de las mujeres por ser reconocidas y tratadas como iguales ante los hombres. Uno de los más importantes se produjo el 8 de marzo 1857, cuando un grupo de trabajadoras textiles decidió agruparse y protestar por las míseras condiciones laborales en las que vivían. Así, este pasado 8 de marzo se celebró el Día de la Mujer en su nombre, y las calles se vistieron de morado por las que fueron, las que somos y las que serán.

El feminismo es la idea radical de que las mujeres somos personas y, por tanto, tenemos los mismos derechos que los hombres, porque somos iguales a ellos. Ahora bien, se tiende a pensar que, en el continente africano, esta idea no ha sido impulsada ni desarrollada, que las mujeres siguen siendo esclavas de padres, hermanos y maridos y no tienen voz ni voto. No puedo hablar por todos los países africanos, pero al menos en Ghana, esta idea dista mucho de la realidad. Las mujeres son el eje principal de la sostenibilidad y la economía del país, siendo ellas las encargadas de los trabajos más duros, de las familias y el hogar. En la escuela, las más aplicadas en los estudios son las niñas, sobre cuyos hombros recae la responsabilidad de mantener las aulas limpias antes de comenzar la jornada. En los recreos y durante los talleres de la tarde, muchas me hablan de sus aspiraciones, y me doy cuenta de que sus sueños tienen nombre. El de Cecilia, por ejemplo, es ser enfermera; el de Sabina es ser maestra, y el de Accu es llegar a ser mediadora de relaciones internacionales y viajar por el mundo.

Puede parecer algo complejo según las posibilidades que ofrece el país, pero un claro ejemplo de que los sueños se cumplen es Sheilla Addison, graduada en Lingüística y Español por la Universidad de Ghana con el mejor expediente de su promoción. Sheilla ha sido beneficiaria de la beca para el curso 2018/2019 del programa Learn Africa que ofrece la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla en colaboración con Mujeres por África, una fundación cuyo objetivo es contribuir al desarrollo del continente africano a través de las mujeres. Desde el ámbito educativo, trabajan por el empoderamiento de la mujer, buscando un sistema que les permita ser independientes económicamente y favoreciendo la posibilidad de alcanzar una igualdad social, siendo conscientes de que en Ghana sigue instaurada una mentalidad patriarcal que sólo con la unión entre mujeres irá desapareciendo.

Efectivamente, la educación puede ser motor del cambio social, y la reivindicación de los derechos de la mujer, el feminismo, es un engranaje vital para el funcionamiento de este motor. Desde mi visión como futura maestra, considero que estos valores no deben transmitirse únicamente desde las aulas y los recreos, sino también a través de nosotros, en nuestro día a día. Debemos inspirar con nuestro comportamiento, nuestro ejemplo debe ser la senda que marca el camino hacia la igualdad, entendiéndola no como un ideal, sino como una realidad. Tenemos ante nosotros la posibilidad de cambiar el mundo desde las escuelas, de impulsar, crear, y luchar porque todos los sueños se cumplan.

Ya han saltado las chispas. Somos las llamas de una revolución tan real como necesaria.

¿Te apuntas?

 

María Pérez Lobo es una estudiante de 5º curso del doble grado de Educación Infantil y Primaria en la Facultad de Educación de Segovia de la Universidad de Valladolid (España), actualmente realizando sus prácticas curriculares con la ONGd ADEPU en la escuela “Heluvi M/A Basic School” de la aldea de Atsiame, Ghana.