Cuando llegas a Ghana el primer día, una de las cosas que te dejan más impresionado es el número de vehículos que hay en la carretera y sobretodo, la manera de conducir. Eso sí, dentro de un desorden organizado de reglas como, pitidos para avisar de un adelantamiento, incluso viniendo coches de frente. Los cinco carriles que pueden llegar a formarse en las rotondas en hora punta, sumados a los vendedores ambulantes que se pasean entre los vehículos, nos daremos cuenta de que las mil opciones de colisión que nuestra mente imagina, muy probablemente no vayan a ocurrir.

Uno de los vehículos más utilizados por los ghaneses e incluso por los turistas, debido a su bajo coste, son unas pequeñas o medianas furgonetas de entre doce y veinte asientos, llamadas “tro tro”. Estos vehículos invaden las carreteras con sus colores y sus slogans, normalmente religiosos.
Un conductor y su ayudante, llamado “mate”, encargado de promocionar el destino al que se dirigen para conseguir pasajeros, esperan a que éste esté completo en la medida de lo posible, por lo que la hora de partida no está establecida, y una vez comience el viaje, es muy normal seguir recogiendo pasajeros a lo largo del recorrido, estos últimos indican con ciertos signos manuales si van lejos, cerca o a la parada más cercana; unas reglas no escritas que funcionan y todos conocen.

Pero lo más interesante viene cuando te montas en uno de ellos. Nosotros, el grupo de voluntarios y voluntarias de agosto de ADEPU, al llegar al aeropuerto teníamos un tro tro de doce plazas (una de ellas para el conductor) esperándonos, que nos traería hasta Atsiame, nuestra querida aldea en Ghana. Lo primero de lo que te das cuenta es que es físicamente imposible, a nuestro modo de ver, que trece personas cargadas con sus mochilas y maletas, más el conductor, vayan a entrar en ese espacio, y lo que es mejor, vayan a recorrer los 128 kilómetros en tres horas en ese espacio metidos. Cruzándonos miradas constantemente, el conductor, comienza a amontonar nuestras pertenencias sobrepasando las medidas del maletero vertical en más del doble, obviamente todos entramos un poco en pánico viendo que aquellas maletas caerían una vez que aquel tro tro comenzase su ruta, pero entonces, aquel hombre coge una cuerda y hace un remiendo que cierra parcialmente la puerta del maletero, aprisiona nuestras maletas y las deja inmóviles hasta el final de la ruta.

Después empieza el tetris humano, de unas cuatro a cinco personas en tres asientos, casi sin ventilación, compartiendo miedos, sudor y cabezazos contra el techo con cada badén; éstos cubriendo las carreteras cada pocos kilómetros para controlar la velocidad de los conductores más intrépidos.
Tras esta experiencia motorizada, los siguientes viajes que nos van surgiendo para desplazarnos a zonas nuevas, conocer lugares de costa o interior de este maravilloso país, nos parecen de lo más normal e incluso cómodos al ir más ligeros de equipaje y haber ganado un poco de confianza entre nosotros, y no se cree una situación incómoda al quedarte pegado al muslo de tu compañero o incluso que los más atrevidos se queden dormidos y su cabeza caiga encima de tu hombro.

 

Con todo ello he de decir que hemos sido unos afortunados y que Domingo, nuestro coordinador, siempre mueve sus hilos y alquila a los conductores más expertos y simpáticos que vienen a buscarnos y nos dejan directamente en el lugar de destino, por lo que no hemos vivido la situación de tener que esperar horas en una estación hasta que el tro tro tricomplete su aforo e ir haciendo cambio de vehículo en cada pueblo hasta alcanzar la meta. Si ya de por sí para recorrer 300 kilómetros tardamos seis horas, entre badenes, atascos y controles policiales, con nuestro tro tro particular, si tuviéramos que hacerlo al estilo ghanés, me atrevería a decir que pasaríamos un 50% de nuestra estancia dentro de un querido tro tro. Nunca es tarde para descubrirlo. Veremos a ver si la suerte esta de nuestro lado…